Jesús Emilio, el arepero de la 93
¡Arepa, nunca dejes de latir!
Por: Diana Márquez
A
pocos metros del Río Magdalena, pero lo suficientemente cerca como para
escuchar un armonioso despertador, rodeado de bocinas de barcos, de cantos de pájaros
y gallos, Jesús Emilio se prepara para emprender una nueva rutina, en el barrio
Rebolo, motivado por la superación personal y las ganas de sacar adelante a su
familia. Todos los días se levanta a las cinco de la mañana para poder
subsistir con el negocio de sus arepas.
El
amanecer representa la vida de Jesús Emilio; el río simboliza la corriente que
lo impulsa a seguir hacia adelante; las aves son el anhelo de ser libre y volar
alto en busca de sus sueños; la bocina de los barcos, es el ruido que lo alerta
y despierta frente a cada situación de la vida; él es el sol, que con sus rayos
ilumina la vida de sus seres queridos, dando fuerza y llenando de vitalidad. De
esta manera, se puede describir la vida de un hombre nacido en las entrañas del
Magdalena, criado a punta de arepa, rodeado de masas, harinas, quesos, moldes, molinos,
de un negocio familiar que nació, se expandió y que ahora él tiene a cargo: las
arepas. Sí, Jesús Emilio percibe el amanecer con olor a arepa y los latidos de
su corazón, se deben, solo a ella…
Luce tranquilo, ataviado con un viejo jean que cubre con el delantal. Sus manos se ven un poco arrugadas y sus movimientos parecen ser lentos, pero aún siguen manteniendo la misma habilidad para hacer las arepas. Las líneas de expresión de su rostro se ven bastante pronunciadas; su mirada refleja cansancio, pero su sonrisa refleja la calidez y alegría propia de un “arepero”.
Sus arepas son obras maestras del sabor; a diario, recibe muchos clientes.
Una
familia con sabor a arepa
La
arepa es una tradición familiar que nace en el corazón del Magdalena, en el
municipio de San Sebastián, justo a las orillas del río. Allí, todos los días
la señora de Franco, se disponía a realizar sus arepas, con el fin de darles de
comer a sus seis hijos y tres nietos, entre ellos, Jesús Emilio, quien todos
los días la acompañaba y ayudaba a atender el negocio. Con solo cinco años,
lleno de vida y de la inocencia que cargaba un niño, Jesús Emilio, hacía
círculos con la masa que su abuela preparaba, para posteriormente, ser aplastadas
y puestas en la parrilla para asarse.
Así
transcurrían todas las jornadas de Jesús Emilio: entre el humo que botaba la
parrilla caliente, el olor que salían de las arepas que se asaban y el sonido
que se escuchaba de la corriente que descendía del río. A medida que fue
creciendo, las jornadas se hacían más extenuantes, pero nunca dejaba de lado el
acompañamiento al negocio de su abuela. Después del colegio, siempre estaba con
ella, y con el paso del tiempo, fue aprendiendo a hacer las arepas, que todo el
pueblo anhelaba.
Cuando
su abuela murió, la economía familiar disminuyó, y con ella el negocio que
también decayó; sin embargo, el último deseo de la señora de Franco, era que
sus hijos y nietos mantuvieran la tradición viva y siguieran con el legado de
las arepas. Atendiendo a ese deseo, sus hijos mayores tomaron la batuta y
siguieron con el negocio, en el mismo lugar, donde un día, su madre se ubicó.
Así, la familia Franco Pardo, funcionaba en torno al comercio de las arepas,
que era todo un éxito. Con el pasar de los años, la familia se agrandó y buscó
expandir sus horizontes, por lo que convirtieron a Barranquilla sede principal
del negocio, ciudad que le abrió sus puertas y los acogió, permitiendo que sus
arepas conquistaran cada corazón de la población barranquillera. Cada hijo y
cada nieto, se tomó una esquina en cada rincón de la capital del Atlántico.
La esquina del sabor
Una
esquina es la parte exterior de un lugar en que se juntan dos lados, y justo
ahí, donde convergen la calle 93 y la carrera 46 en el norte de ‘La Arenosa’,
está ubicado Jesús Emilio Franco Pardo. Hablar de esa esquina, es sinónimo de
alegría, amistad y sabor. La esquina vive, huele y sabe a arepa; diariamente es
frecuentada por propios y visitantes, que se aglomeran para degustarla.
Hace
trece años, Jesús Emilio convirtió esta inhóspita esquina en un lugar acogedor,
cómodo y habitable, que más que un espacio gastronómico, es un espacio
recreativo donde las personas se pueden desahogar y saciar deseos, mientras
saborean la arepa. Es conocido como “el arepero”, como le dicen todos los compañeros
que comparten esquina, que además, han formado una gran familia, en la que se
apoyan y se ayudan mutuamente.
Con su
carrito improvisado de arepas, en el que tiene una parrilla, ollas con
ingredientes y salsas típicas de la región, hace que cada tarde en esta esquina
sea única para los visitantes, pues el sabor de sus arepas es difícil de
olvidar, así como la atención, la hospitalidad y alegría con la que recibe a
cada persona que a él llega.
Jesús Emilio mira a
sus arepas con amor, nostalgia y orgullo.
Cada
arepa tiene un sentir, un palpitar y una historia por contar. Detrás de cada
una de ellas, hay trabajo duro, madrugadas y trasnochadas, lágrimas y alegrías,
logros y victorias, cientos de quemaduras y sacrificios, pero sobre todo,
sencillez, alegría, humildad y gratitud. Jesús Emilio vive feliz con su
trabajo; sus ojos se iluminan al ver y hablar de sus arepas, y lejos de
avergonzarse de su labor, se enorgullece de ella cada día, y pide a gritos que la
arepa nunca deje de latir.
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